Por José Sánchez Conesa "El tío del saco"
Parece como si el Papa Benedicto XVI hubiese protagonizado la película 
'¡Se armó el Belén!' por la polémica suscitada con su libro 'La infancia
 de Jesús', de gran éxito editorial. A muchos les ha sentado muy mal, 
incluso ironizan sobre la posibilidad de que se pronuncie en contra del 
rio con papel de aluminio. Pero lleva razón, en los Evangelios 
canónicos, es decir aquellos que la Iglesia reconoce: Marcos, Mateo, 
Lucas y Juan, no aparecen ni la mula ni el buey. Pero tampoco están 
presentes en estos cuatro textos muchos temas que asume la propia 
Iglesia, elementos que forman parte de la teología popular y de las 
creencias sobre San José y la Virgen María. Todo ello lo publicó con 
gran acierto Antonio Piñero, catedrático de Filología Griega en la 
Universidad Complutense de Madrid en distintas publicaciones como 
'Jesús. La vida oculta, según los Evangelios rechazados por la Iglesia'. 
Los Evangelios apócrifos (falsos), unos setenta, no son 
considerados sagrados pero han sido fundamentales para afianzar el dogma
 de la virginidad de María, el descenso de Cristo a los infiernos tras 
su muerte para rescatar a las almas de los justos, la asunción de María,
 la historia de la Verónica, los nombres de los padres de María: Joaquín
 y Ana, o el de los ladrones Dimas y Gestas, que son crucificados junto a
 Jesús. Añadimos a esta relación el nacimiento de Jesús en una cueva, 
junto al buey y al asno. En efecto, están presentes en un apócrifo y la 
Iglesia lo asume para que se cumpla lo escrito en el Antiguo Testamento,
 concretamente la profecía de Isaías: «El buey conoció a su amo y el 
asno el pesebre de su Señor». 
Insistimos que existen muchos elementos que la tradición 
eclesial ha tomado de ellos, aunque no se hayan reconocido oficialmente.
 En este mismo lote entran los magos de Oriente porque los Evangelios 
canónicos nunca hablan de que esos astrólogos fuesen reyes. Pero debía 
cumplirse  lo escrito por Isaías: «Caminarán las naciones a tu luz/ y 
los reyes al resplandor de tu alborada». «Un sin fin de camellos te 
cubrirá/ jóvenes dromedarios de Madían y Efá». «Todos ellos de Saba 
vienen portadores de oro e incienso».  También el Salmo 72: «Los reyes 
de Tarsis y las islas/ traerán tributo». «Todos los reyes se postrarán 
ante él/ le servirán todas las naciones». Los nombres de Melchor, Gaspar
 y Baltasar son aportaciones de uno de estos Evangelios no reconocidos, 
porque aun siendo narraciones en la mayoría de los casos  fantásticas y 
disparatadas, al proceder de leyendas populares, mucho ingredientes de 
los apócrifos se enseñaban desde los púlpitos y fueron motivo de 
inspiración para pintores y escultores. 
Evangelistas y Roma
Mateo y Lucas sí que hablan de su nacimiento en Belén, 
mientras que Marcos y Juan suponen un origen nazareno. El caso es que 
nunca se le llamaba Jesús de Belén, sino de Nazaret, por eso es bastante
 posible que naciera en este último pueblo. La historia del nacimiento 
en la pequeña localidad de Belén se compuso para que se cumpliera la 
profecía de que el Mesías nacería en Belén, de la descendencia de David.
 Está claro que para los evangelistas no importaba tanto la verdad 
histórica sino la misión catequética. Por ello, la Historia Antigua no 
sabe de ese edicto de César Augusto para que se empadronara todo el 
mundo bajo dominio romano. Sí hubo un censo con carácter recaudador unos
 diez años después del nacimiento de Jesús, pero no el mismo año de su 
nacimiento.
Tampoco tiene sentido que José marchara a empadronarse al
 lugar natal de su familia, Belén. La fecha del 25 de diciembre tampoco 
es exacta, al decidirse en el siglo III por la Iglesia romana para 
hacerla coincidir con el día del Sol invicto, fiesta de adoración al 
dios Mitra por parte de los antiguos romanos. Es el solsticio de 
invierno, cuando el sol comienza a ganar minutos sobre la oscuridad. 
Pura poesía cargada de gran simbolismo que subraya que quien nace es el 
Salvador vencedor de la muerte. Según las Escrituras, los pastores 
pernoctaban al raso, turnándose para velar al rebaño, por ello no debía 
ser en pleno invierno, más bien sería en otra estación de clima más 
benigno. 
Conclusión: sigan poniendo el buey y la mula, el Papa no 
lo ha prohibido, simplemente ha dicho que no estaban en los Evangelios 
reconocidos. Y otra recomendación para estos días, no se pierdan el 
Belén de El Albujón. En mi opinión es uno de los mejores de la Región de
 Murcia, tierra de gran tradición desde nuestro gran escultor Francisco 
Salzillo. Podrán admirar casi dos mil piezas, muchas de ellas móviles, 
con escenas costumbristas muy llamativas como los molinos de viento, un 
velatorio, una bodega o una pareja haciendo el amor. El propio maestro 
Salzillo incluyó entre las 556 figuras del suyo, realizado en 1776 para 
el noble Jesualdo Riquelme, vendedores ambulantes, aguadores y hasta un 
borracho. 
En la capital del asiático todo comenzó en el año 1994, 
cuando la Comisión de Fiestas decidió adquirir las primeras figuras. 
Luego, para mayor esplendor y lustre, deciden constituirse en asociación
 belenística (www.belendelalbujon.com), entidad que ahora preside mi 
amigo José Gabriel Rosique Garnés. 
Vayan al Albujón, aunque sea para comprobar si ellos han puesto a los dos animales de marras. 
 
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