Por Ramón Ruestes Faire @RRuestes
Hoy he puesto la mira en una película especial, diferente. Con un palmarés solo al alcance de unas pocas, contando entre él con diversos premios de la crítica internacional y en festivales como Varsovia o Londres, ahora mismo está en el punto de mira de los Oscar y los Goya como mejor película de habla no inglesa, fotografía en los Oscar y como mejor película europea en los Goya. En esta ocasión no puedo compararla con ninguna película. Ida es una obra diferente, singular.
El punto fuerte del film es, sin ninguna duda, la ambientación. Se nos presenta un perfecto ambiente sobrio y sencillo, que se mantiene durante toda la obra. Se complementa con poco diálogo y mucha imagen y con escenas realmente bellas, dando una especial importancia al gran trabajo de la fotografía. Todo ello complementado por una película en blanco y negro, marca una ambientación simplemente perfecta, digna de una obra maestra.
Los personajes protagonistas también conjugan con lo expuesto. Ida, una joven novicia a punto de dar sus votos, interpretada por Agata Trzebuchowska, nos plantea un personaje prudente, tímido, religioso. Cabe destacar lo difícil de interpretar el personaje central de la obra sin casi diálogo y en blanco y negro. La joven Agata se suma a la sencillez y sin casi abrir la boca, trasmite todo lo que precisa el film. Sin duda, un trabajo muy complicado que solventa con una sencilla a la vez que magnífica interpretación.
En contraposición está su tía Wanda, un personaje atrevido, extrovertido y con más de un problema con el alcohol. Interpretado por Agata Kulesza, es el contrapunto no solo de Ida, sino del ambiente del film. Cuenta con más diálogo, aunque su papel o profundidad es inferior al de la joven Ida, hecho que le da menos exigencia interpretativa. Aun así, cumple con creces su papel y se establece como una pieza clave en el desarrollo de Ida y el conjunto del film. En esta ocasión, ambos personajes no buscan influenciarse entre ellos, aunque al final sí sucede. Exprimir ambas mentalidades sin mezclarlas durante gran parte del film es otro gran acierto de la obra y, sin duda, otro paso más hacia la excelencia. No se busca el camino sencillo en este aspecto, se busca a través de la imagen, profundizar la contraposición.
El estilo del blanco y negro es otro punto clave en la obra. Es un pilar a la hora de complementar el ambiente del film. El juego del negro y el blanco, junto con el trabajo inigualable de la fotografía perfecciona el ambiente y crea una sensación sin igual de belleza visual. El juego cromático no termina ahí. Al igual que un libro desprende imágenes en sus páginas, Ida desprende colores en todos sus aspectos. La personalidad de los personajes intuye colores, al igual que sus escenas. La contraposición entre la sobriedad de las ropas de la joven Ida y su preciosa cabellera pelirroja es simplemente arte en sí misma, aun sin poder apreciarla en color.
La trama se contagia de la sobriedad que invade el film. Una trama muy pausada, aunque en ningún caso estática. Su duración corta impide que el argumento decaiga y permite al espectador quedarse embobado, como aquel que ve arte en un museo. El argumento se centra en la búsqueda de la joven Ida de sus padres. Se trata el tema de la época postnazi y concretamente la persecución judía de forma sutil y profunda a la vez. La trama es profunda en matices, sencilla en conjunto.
En resumen, cada imagen, cada palabra contribuyen a crear arte. Una obra maestra en fotografía, en la creación y el uso del ambiente y en la creación y desarrollo de los personajes. La trama sobria y adecuadamente pausada es, quizás, la que hace decaer mínimamente la obra, aunque estamos hablando de un nivel de cine altísimo.
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