Al igual que su ontología, la epistemología (teoría del conocimiento) aristotélica es dualista. El conocimiento y la verdad dependen tanto de la experiencia (empirismo) como de la razón (racionalismo).
En principio, el conocimiento proviene de la sensación y la experiencia. El alma no posee conocimientos innatos, como en Platón, sino que parece partir de cero e irse llenando de experiencias. Así, el conocimiento comienza con la sensación o percepción: captamos las cosas o substancias a través de los sentidos, creando una imagen en el alma. Entonces interviene la memoria, que permite acumular imágenes de una misma cosa o de muchas cosas parecidas para que el intelecto, por abstracción o inducción, extraiga la forma común a la cosa o a las cosas parecidas cuyas imágenes hemos retenido. Así, si yo retengo en la memoria muchas imágenes de Sócrates, puedo abstraer la forma común a Sócrates (sus propiedades substanciales, aquellas que le definen). O si retengo en la memoria muchas imágenes de caballos, puedo abstraer o inducir la forma común a todos los caballos (las propiedades que definen a todo caballo). De esta manera, el entendimiento separa la forma de la materia, produciendo un concepto, que es una realidad puramente mental o abstracta (el concepto de Sócrates, de caballo, etc.).
Ahora bien, este conocimiento por experiencia (o inductivo), no es para Aristóteles el más importante. El conocimiento superior es el que, más allá de obtener la forma abstracta y universal de las cosas (lo que es siempre y en cualquier lugar Sócrates, lo que es siempre y en cualquier lugar cualquier caballo, etc.), expone las causas que explican por qué algo es cómo es (las causas del ser de Sócrates, las causas de que haya caballos, etc.). El conocimiento que busca las causas o principios explicativos de las cosas es la ciencia y, en el sentido más general, la filosofía (la filosofía busca las causas de toda cosa o suceso en general; las ciencias de cierta clase de cosas en particular). Este tipo de conocimiento no es fundamentalmente por experiencia e inducción, sino por razonamiento y deducción. Parte de ciertos principios (axiomas) o verdades primarias, que enuncian las causas últimas y necesarias de las cosas, o lo que las cosas esencialmente son. Y, a partir de ahí, deduce lógicamente todo lo demás. Por ejemplo, a partir de la definición de lo que es un círculo deduzco que todos los puntos de la circunferencia son equidistantes al punto central. A partir del principio de que todo cambio tiene causas, deduzco que ha de existir una causa última incausada, etc. Parece claro que en el caso de las ciencias particulares (no la filosofía) y, sobre todo, de las ciencias naturales, el conocimiento no puede prescindir de la inducción, pues en la deducción se introducirán conocimientos obtenidos de la experiencia (por ejemplo: si parto del axioma de que un ser vivo es aquél que tiene en sí mismo el principio de su movimiento, y deduzco que una piedra, dado que no se mueve por sí sola, no es un ser vivo, he introducido un conocimiento por experiencia o inducción: “las piedras no se mueven por sí solas”). Pero también está claro que, para Aristóteles, una ciencia es más valiosa en cuanto sus conocimientos representan verdades necesarias (son siempre verdaderas), y las verdades por inducción no son necesarias (que las piedras no se muevan o que las vacas tengan cuernos representa una verdad temporal: de momento no hemos observado una piedra móvil o una vaca sin cuernos, pero no podemos asegurar lo que pasará mañana...). Así pues, Aristóteles parece confiar más en el conocimiento más puramente deductivo que en el que introduce la inducción y la experiencia (aunque este último sea inevitable, pues la realidad no es forma pura, como para Platón, sino unión de forma y materia que, como tal, está sujeta al tiempo y al cambio).
Otro rasgo “racionalista” de Aristóteles podría venir representado en su célebre distinción entre intelecto paciente e intelecto agente. El intelecto paciente es aquel que, en nuestra alma (que es indesligable del cuerpo), capta o abstrae la forma común o universal de las cosas. Pero esto no es posible, dice Aristóteles, sin la “luz” que aporta, “desde fuera del cuerpo” el intelecto agente, que es el que “actualiza” o pone en la forma adecuada (para abstraer) al intelecto paciente. ¿Qué significa esto? Podríamos aventurar la siguiente explicación. El conocimiento de la forma común a las cosas supone reconocer la unidad o identidad de lo diferente (lo unitario en Sócrates, lo unitario en todas las vacas, etc.). Esta unidad debe estar en las cosas, aunque no de modo perfecto, pues las cosas son diversas y cambiantes. Además, nuestra alma, que está unida al cuerpo, es también, en cierto modo, diversa y cambiante. Así, reconocer la imperfecta unidad que es la forma en las cosas con la imperfecta unidad de nuestra alma en un acto de unidad entre la cosa y el alma, parece suponer una unidad o identidad “mayor”, fuera tanto de la cosa como del alma. Esto podría representar el intelecto agente: una especie de principio de unidad o identidad perfecta, al que Aristóteles concibe como puro acto, y que hace posible el conocimiento en su más elevada expresión. Algunos autores han asociado el intelecto agente a Dios, otros han querido ver aquí la apuesta de Aristóteles por un rasgo de divinidad e inmortalidad en el hombre (cuya alma intelectiva, en cuanto asociada al intelecto agente, no tendría ya una naturaleza hilemórfica, sino puramente formal y trascendente, por lo que sería independiente del cuerpo). Aristóteles, en cualquier caso, dejó esta cuestión sin resolver…
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