lunes, 9 de febrero de 2015

Metraje inacabado

Por Juan José Ruipérez



Llega un punto en donde todo esto pierde la gracia, cuando lo que vives empieza a no ser plato de buen gusto. Cuando te paseas desde el extremo de gozar del placer de rechazar la oferta a sentirte insultado cuando te confunden con aquello que escribes. “Tú eres distinto”, me dicen. Sé de buena tinta de algunos que matarían por recitarle a una mujer y que esta suspire tras cada verso queriendo ser la inspiración del poeta y a mí toda esa parafernalia me jode. Me molesta que haya tías que quieran follarme cuando leen algo que escribí pensándote. Os equivocáis cuando me etiquetáis de profundo y os volvéis a confundir cuando intentáis encontrarme en estas líneas. Dejad de hacerlo, os obligo a que dejéis de buscarme en lo que escribo porque escribo para esconderme. De ti, de ti y de ti. Y para qué mentirnos, para esconderme de mí mismo.

Han pasado días, semanas e incluso meses desde que me pregunté dónde estaba el punto de inflexión en esta historia. Incluso pensé que el cliffhanger, ese momento en una película o serie previo a la resolución de una escena en tensión, estaba alargándose demasiado en el tiempo, y que sea como fuere, todo esto merecía un final digno. Porque ya no es todo o nada, blanco o negro. Quiero la escala de grises, la paleta de colores con toda la gama cromática habida y por haber e incluso el puto arcoíris si hiciera falta. Porque ya no tengo miedo a tenerte, sino miedo a tenerte lejos. Porque si todo esto fuera como quiero, estaría lejos echando de menos y no cerca, soportando. Mierda. Me doy cuenta que esta película solo está en mi cabeza, que quizá he inventado un nuevo género: la tragicomedia romántica de ficción. Tú y yo, sin duda, somos los protagonistas principales, ¿el resto de elenco de actores? Puro atrezzo sustituible. Los de vestuario, el apuntador, el de sonido, todos, absolutamente todos dicen que somos la pareja con más química que han visto en el set de grabación en años. El problema aparece cuando apagan las luces, retiran el decorado, dejan de grabar y corres entre bastidores a mendigarle amor a uno de los productores.

Cómo cambiaría todo este panorama si dejáramos todos los efectos especiales, el miedo a innovar e hiciéramos las cosas a nuestra forma. Empezando por un plano secuencia donde solo tú eres la protagonista y yo un mero espectador que comparte escena casi por casualidad. La cámara sigue grabando sin cortar en ningún momento, acercándose más a tu silueta conforme tú llegas a la habitación. Es entonces cuando la cámara te enfoca a ti, manteniéndome a mí en segundo plano bajo un gran angular para resaltar tu majestuosidad más aún si cabe. Y finalmente, es aquí, en el cliffhanger del que hablaba al principio donde decidimos que las leyes están para romperlas e improvisamos el guión.

No te prometo nada, ni un éxito en taquilla, ni fama, ni tan siquiera la vaga promesa de una secuela. No puedo permitirme el lujo de hablarte de optar al Oscar ni de alfombras rojas. Pero a cambio te juro hacerte suspirar tras cada línea de este guión. Que de ti no me escondo, pero coño, deja de ser la actriz de otro y ven a buscarme.

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