Por Juan José Ruipérez
No sé qué hacer. Llevo semanas trazando el plan perfecto y ahora estoy hecho un lío. Sentado en la taza del váter mirando entre mis manos la careta de Tyler Durden con la que taparé mi cara, pensando si de verdad esto es lo correcto. Quizás simplemente debería intentar escalar y conseguir un ascenso con un aumento de sueldo. ¿Con el jefe de mierda que tengo? ¿En la empresa con un ERE a la vuelta de la esquina? Me he levantado de la taza para arrodillarme y vomitar dentro. Tengo la misma sensación que cuando estaba en el instituto 10 minutos antes de un examen. Sigo pensando si de verdad esto es lo correcto. Igual alguno de los cajeros del banco tiene algún problema cardíaco y tenemos un problema cuando dispare al aire dos veces seguidas. O estoy robando el dinero para la universidad de alguna familia de clase baja. Pero ya es tarde. Igual una de las cajeras tiene un serio problema con el alcohol y las compras compulsivas, el director del banco es un gilipollas integral al que le van las menores de edad y se merecen lo que va a pasar a continuación. No lo sé, pero tampoco quiero saberlo. No me importan sus vidas. Igual que al liberalismo económico tampoco le importa la mía. Nadie me preguntó si quería abrazar al capitalismo con los brazos abiertos. La mano invisible de Adam Smith no va a estrechar la mía en busca de un saludo cordial. Ya es tarde, y enfilo la puerta mirando fijamente al guardia de seguridad. ¿Su familia llorará, o por el contrario, celebrarán la muerte de ese gordo putero? Pero como ya he dicho, no me importan sus vidas. y antes de darme cuenta de que ya estoy en el ángulo de visión de la cámara con la careta puesta, tengo la 9mm fuera, apretando el cañón contra su sien. Y sorprendentemente, los nervios se van, como cuando contestaba la primera pregunta del examen y le digo:
-Esto es un atraco, hijos de puta.
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