Por Andrea Leda Gómez Martínez
¿Existe una frontera clara entre la realidad y la ficción? ¿Tiene la crítica derecho a valorar el arte? ¿Qué diferencia una obra genuina de arte de un producto para gustar a las masas? ¿Merece la pena embarcarse en proyectos mediocres con tal de alcanzar la fama? ¿Buscan los artistas el prestigio por verdadero amor a lo que hacen o por vanidad? ¿Puede un hombre redimirse a través de una obra artística?
Estas y muchas otras preguntas sin fácil respuesta nos propone Birdman, una película dirigida por Alejandro Gónzález Iñárritu y nominada a nueve Oscars de la Academia (Mejor película, mejor director, mejor actor, mejor actriz de reparto, mejor actor de reparto, mejor guión original, mejor fotografía, mejor mezcla de sonido y mejor edición de sonido). E increíblemente, no. No es un biopic lacrimógeno.
En Birdman seguimos (literalmente) a Riggan Thompson (Michael Keaton) en su empeño por llevar al teatro una adaptación propia de De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carter. En otros tiempos, Riggan protagonizó una serie de exitosas películas de superhéroes que le granjearon una enorme popularidad, muchísimo dinero y también una incesante sensación de culpabilidad artística. Las películas sobre el hombre-pájaro al que encarnó en su juventud eran malas, y él lo sabe. Peor que malas, eran un producto sin mérito artístico ninguno destinado a gustar al gran público. Con los años Riggan Thompson se obsesiona por formar parte de una verdadera obra de arte, por crear algo valioso, por convertirse en un verdadero actor. Tras un divorcio y una hija (Emma Stone) cada vez más distante, parece que este deseo es lo único que le queda. ¿Pero va a dejarle su pasado como Birdman renegar de aquello que un día le hizo famoso y rico? Que ni lo sueñe.
La película, como ya todos sabréis, está rodada casi en su totalidad en plano secuencia. Y sí, yo también pensé que Iñárritu era un pretencioso. Sin embargo, cuando vas al cine descubres que todo encaja. La técnica no es un alarde grandilocuente sin sentido, sino que se subordina a la idea y la hace funcionar. Birdman es un juego de niveles, una superposición de ficciones y realidades (una obra de teatro y una película. Un hombre normal, un superhéroe, un personaje de una obra de teatro. Un actor que interpretó a Batman interpretando a un actor que interpretó a Birdman) y el plano secuencia es un componente perfecto del engranaje: da al espectador una sensación de veracidad, le acerca al teatro (no hay cortes, la cámara se sitúa a la altura de la visión de una persona) y al mismo tiempo produce cierto extrañamiento, nos hace conscientes de lo que vemos al no estar acostumbrados a ello. También es un instrumento perfecto para introducirnos y descubrir los rincones menos conocidos de un teatro de Nueva York. La música y el sonido (especialmente la batería que acompaña a la trama y descubre al espectador el ritmo de los acontecimientos) poseen igualmente un rol capital en el desarrollo de Birdman.
Otro de los aciertos es el guión: trágicamente cómico y de rabiosa actualidad. Los diálogos son tremendamente inteligentes y mordaces, tratan temas de peso sin perder el toque irreverente que caracteriza a la película.
Es innegable que Birdman se centra en Riggan Thompson, en sus deseos, sus inseguridades, sus pensamientos y en su personalidad escindida. No salimos de su camerino, del escenario, del teatro y sus alrededores porque la existencia del protagonista no se expande más allá de estas fronteras. A pesar de ello, la película nos ofrece un catálogo de personajes secundarios de lo más interesante y peculiar que se embarcan en pequeñas tramas paralelas y nos dan una visión más plural del mundo del teatro. Tenemos a la hija de Riggan, Sam, una joven un tanto perdida que trabaja de ayudante para su padre más por obligación que por gusto y es una espectadora en un mundo del que es ajena. También están Lesley (Naomi Watts), una actriz obsesionada desde su infancia con llegar a actuar en Broadway, Brandon Vander Hey (Zach Galifianakis), el delirante mánager de Riggan o Laura (Andrea Riseborough), la novia del protagonista, también actriz. Por encima de todos ellos sobresale, en mi opinión, Mike Shiner, interpretado por un Edward Norton tan brillante como siempre. Mike es un actor de prestigio en Broadway, la crítica le adora. Vive el teatro como no es capaz de vivir la realidad. Para él la vida es la mentira y el arte la verdad. Además de ofrecer un contrapunto al protagonista, el personaje interpretado por Norton nos regala momentos de hilaridad desbordante. En el punto en el que el personaje de Mike Shiner empieza a perder importancia, la película se resiente y el ritmo de ralentiza, aunque consigue volver a alzarse gracias a la actuación de Michael Keaton, a su ingenioso guión y a momentos cumbre como el vuelo de Birdman.
Para terminar, hagámonos una pregunta más, también sin fácil respuesta ¿Ganará Birdman el Oscar a mejor película? Personalmente, espero que sí. Birdman es una apuesta arriesgada, una película atrevida y bien hecha en la que la técnica se utiliza de forma inteligente y está al servicio de las ideas. El reparto es muy bueno y el guión refrescantemente cruel y mordaz. También es cierto que la película de Iñárritu se enfrenta a una competencia feroz: Boyhood se presenta como la candidata del mérito hercúleo, rodada durante doce años. El Gran Hotel Budapest y su irreprochable y preciosista técnica y estética también puede alzarse con la estatuilla. The Imitation Game y La teoría del todo juegan la baza del biopic que tan bien ha estado funcionando últimamente en los Oscars. Selma puede ser comparada con la ganadora del año pasado, Doce años de esclavitud (sea esto bueno o malo) y Whiplash viene apoyada por la crítica. Es El francotirador y su polémica (¿película o propaganda?) la que parece tener menos opciones de vencer, aunque puede dar la sorpresa. Habrá que esperar a la madrugada del domingo al lunes para saber, tras pasar la noche en vela, si Birdman consigue hacerse con la estatuilla más codiciada.
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