Alan Turing y Stephen Hawking. Este parece el año de los biopics sobre científicos ingleses y mientras que del amigable físico teórico ya hablamos en su momento, ahora toca centrarnos en el matemático, el gran perdedor en la inevitable comparación.
Perdedor en tanto la película que se presuponía traería prestigio y lustre a su protagonista no termina sino por convertirse en una sucesión de despropósitos históricos y de invenciones disparatadas acerca de la vida y obra de uno de los mayores héroes de la Segunda Guerra Mundial. Así, mientras La teoría del todo se decidió por narrar la historia de una pareja inusual en vez de radiografiar una mente única, el fallo de The Imitation Game (mucho mayor) reside en el hecho de que no nos cuentan la historia de Alan Turing. No, más bien un Sherlock vs Alemania.
Recogido el guante de años de búsqueda del reconocimiento no concedido al genial lógico, de cierto activismo en la comunidad científica (por cierto, Hawking uno de los promotores), primero el gobierno de Gordon Brown y después la misma Isabel II admitieron errores de bulto en el gobierno de la época y un trato injusto y cruel a un gran hombre por su condición sexual. Una vez hubo trabajado como criptógrafo, acuñado el término Inteligencia Artificial, contribuido decisivamente a descifrar el código Enigma de los nazis y trabajado con los primeros megaordenadores en la Universidad de Mánchester, el crimen de enamorarse de un joven de 19 años no permitió que ninguno de sus logros le salvara. Como todo el mundo a estas alturas conoce, le dieron a elegir entre la cárcel y la castración química, escogiendo (a su manea en un acto de valentía importante) la segunda opción. Entre las muchas y desagradables consecuencias de esta decisión, se le llegaron a desarrollar pechos. Fallecería en 1954 tras consumir una manzana envenenada. Aunque ya nunca se vaya a aclarar, un servidor se inclina por la opción del suicidio porque, entre otras cosas, años antes le había confesado a un amigo suyo que, de tener que poner un fin a su vida, emplearía ese método. Una trágica referencia a Blancanieves y los siete enanitos, su cuento favorito. El logo de Apple se menciona a colación.
Una brillante historia llena de emoción, dolor e importantes victorias, especialmente gracias a su labor para descifrar Enigma. En una mansión a las afueras de Londres, bajo una presión tremenda y con un resultado heroico. Como digo, la historia ya era bastante interesante de por sí. Es por ello que duele el esperpento firmado por Graham Moore, cuyo guión se ha basado en un libro que, al parecer, nadie de la película ha leído. El nivel de originalidad, paradójicamente en un biopic, fue nulo durante la producción. En vez de ceñirse al relato verídico, parece como si director y productores hubieran visto la última americanada del momento y no fueran capaces de discernir entre Benedict Cumberbacht y el detective de Baker Street o entre Charles Dance y Tywin Lannister. Porque, por más que el personaje de este último se tratara en la vida real de uno de los mayores apoyos del genio de Turing, en la película aparece como el villano. Ni Hitler, oigan.
Turing no era Asperger, era un tímido deportista que corría en los bosques no con temor por ser gay, sino por costumbre. Un hombre de trato agradable aunque esquivo, como digo, y apabullantemente inteligente, no un dictadorzuelo necesitado de su Watson. Porque no lo fue. Algo imposible de comprender, como que se arrogue a Keira Knightley el deber de interpretar ella sola a las 6.000 mujeres que trabajaron en Bletchley Park. O que los polacos que inventaron el embrión de la máquina salida de allí no merezcan ni dos menciones en todo el metraje. O que se saquen de la manga nombres lagrimoides para la máquina descifradora. Como digo, un constante sinsentido sin pies ni cabeza bien producido, de buena factura, con unas interpretaciones apoteósicas (Cumberbacht debería hacer sitio en casa para el Oscar) sobre las que recaen las escasas virtudes del film, pero un espectáculo vacío que caricaturiza un gran hombre. Que le desprecia en su personalidad y lo aísla en su genialidad. Su aportación, como pretendo señalar, fue de gran ayuda para el trabajo de descifrado, pero no estuvo él sólo. La labor en Bletchley se puede entender como un triunfo colectivo en tanto lo fue, no el fruto de una especie de mago intelectual como se le retrata. En fin, el compendio de errores históricos ya ha sido expuesto mejor en otras webs.
Todo esto lastra mucho un largometraje entretenido que, pese a los fallos, sigue tratándose de una pieza de cine entretenido, de calidad aceptable y ritmo agradecido, con unas interpretaciones, de nuevo, de lo poco o único salvable. Nominada a 8 Oscars, difícilmente no se llevará alguno porque la temática se presta a ello pero, por lo que respecta a quien escribe estas líneas, The Imitation Game sucumbe ante The Theory of Everything en prácticamente todos los puntos a comparar. En la época de HBO y AMC (ya ya ni ellas, de Netflix), marcaría el imparable declive de la Academia el que se premiara como artística una falacia artística de nulo poder informativo u originalidad. Una película que, a fin de cuentas, nos habla siempre de otra persona.
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