lunes, 30 de marzo de 2015

Confesiones

Por Juan José Ruipérez


Cada vez que me siento frente al folio en blanco todo se vuelve una incógnita: la idea o ideas a las que daré forma, la siguiente palabra escrita, el trasfondo de cada línea, etc. Al principio me parecía casi mágico, aquello de ser sensible me refiero, y ahora lo de llevar el corazón sujeto con imperdibles es una bofetada que me devuelve a la realidad cuando me toca lidiar de nuevo con esta sensación de vacío.

Sácame de esta, te lo pido. Y decirlo no alivia la carga ni mucho menos. Sálvame de mí mismo y no dejes que me pierda. Átame de pies y manos, oblígame a ceder en mis intentos de lanzar cortinas de humo constantemente para que la densidad de las mismas impidan que me veas, para que ni lo que pienso ni lo que siento sea real. Intento lanzar esas cortinas de humo y sólo consigo crear niebla en mi cabeza. Pero ni siquiera eso sirve, pues cuando cierro los ojos, ahí están los tuyos brillantes, frente a los míos, mirando fijamente mis heridas, con gesto de admiración. Te asomas a mi abismo, pero el abismo ya no mira dentro de nadie. Porque la sangre llama a la sangre pero yo ya no sangro, solo lo escribo.

Necesito que me alejes de la oscuridad que me aterra, necesito necesitarte para fingir después que yo ya no necesito a nadie. Se lo he dicho a todos los demás, pero ellos no lo entienden. Se lo he repetido mil veces y siguen sin entenderlo. Necesito saber que estar solo todo este tiempo ha sido una elección. Para saber cuál es la opción correcta. Por favor, ayúdame a vestirme de humano cada mañana.

Si la vida es tan pesadilla cada mañana cuando el despertador suena, por favor, mátame. Mátame mientras duermo, entre la primera caricia y la última promesa ilusoria de que estarás aunque me despierte. Empiezas a ser un libro abierto para mí y la idea no me fascina. Me acojona. Un escalofrío recorre mi cuerpo cuando caigo en la cuenta de que por primera vez desde hace años me atrae más cualquiera de los capítulos que la tapa del libro y que no quiero que seas tú la que me leas entre líneas. Quiero ser yo quien haga de la obsesión un arte, o llevarte del arte a la obsesión, porque al fin y al cabo, a mi me basta mirarte para hacer arte.

Esta mañana he pedido mi café y mis tostadas habituales, y la camarera ya se ha aprendido incluso mi nombre. Me ha ofrecido el periódico porque sabe que desayuno solo y odio que me molesten mientras tanto. Pienso en cómo sería esta misma escena lejos de aquí. Conmigo desayunando lo mismo que ahora en el balcón pero con la certeza de que cada mañana vas a cruzar la puerta de la habitación vestida con una de mis camisas solo para darme los buenos días, eso sí que sería vida y no muerte. Sueño y no pesadilla. El objetivo es largarnos de Murcia. La meta es que no hay meta. Pero en vez de conseguir los billetes de ida sin fecha de regreso, continúo en este bucle de madrugones y caminatas cuyos destinos no cambian por mucho que me empeñe en levantarme cada mañana pensando que será diferente. Sigo pateando las mismas calles de este infierno mientras les hablo a mis demonios. Y ellos no me contestan, pero me hablan de ti.


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