martes, 17 de marzo de 2015

La vida de los lugares

Por José Sánchez Conesa "El tío del saco"


Manuel Muñoz Zielinski ha escrito libros como Costumbres, usos y fiestas de la Región de Murcia: 1840-1930, Inicios del espectáculo cinematográfico en la Región de Murcia (1896-1097) o el muy fotográfico Fiestas y costumbres de Murcia. Alguna vez lo he acompañado en sus excursiones por el campo palmesano para fotografiar una carrera de cintas a caballo, que tanto le gustan, o la concentración de encajeras de bolillo que tiene lugar durante las fiestas patronales de marzo. Unas fotos bellas y didácticas que, según los casos, nos dan a conocer o nos recuerdan lo que somos o hemos sido. 

Creo que lo leí en algún sitio, o me lo comentó el propio Manolo, que fue su padre, don Manuel Muñoz Cortés (1915-2000), quien le regaló su primera cámara fotográfica y se lo llevó a una matanza de “chino” a la huerta murciana. Conocí a don Manuel por los pasillos de la Facultad de Letras, de la que era decano, siempre presuroso en sus múltiples inquietudes. No paraba el ilustre filólogo que antes de ganar su cátedra en Murcia fue ayudante de Dámaso Alonso y Rafael Lapesa en Madrid, tertuliano junto a Manuel Machado, Pedro Laín Entralgo o Azorín. Le debemos, entre otras muchas cosas, sus estudios sobre el habla de la huerta, su texto Cuestionarios de tradiciones populares o la fundación del Festival Internacional de Folklore del Mediterráneo. Aunque resulte manido me atrevo a escribirlo: De Casta le viene al galgo. 

Muñoz Zielinski escribe en www.fotozilelinski.com sus pesquisas archivísticas que dan cuenta de los avatares de gentes de esta región en los últimos siglos como las actividades destinadas a ganarse el sustento, las creencias y las supersticiones o los oficios.

Sobre el monasterio de San Ginés de La Jara nos escribe que se encontraba cerca de la finca de los Señores de Lo Poyo, negociantes y regidores (concejales) cartageneros. En el siglo XVI el monasterio comenzó a cobrar importancia como sanatorio, por lo que la ciudad de Cartagena le donó los terrenos colindantes.

Rivalidad Murcia-Cartagena

Manuel nos transcribe un documento fechado el 16 de enero de 1736 que trata de la rambla del Albujón, límite conflictivo que dividía los extensos términos municipales de Murcia y Cartagena, administraciones que buscaban afianzar esa frontera e incluso traspasarla. Murcia potenció el repoblamiento en El Estrecho, Lobosillo, Balsapintada y Torre-Pacheco, mientras que el poder local cartagenero hizo lo propio en La Aljorra, El Albujón, Pozo-Estrecho y, sobre todo, en La Palma

Pero esta no era la única trinchera, la pugna por el dominio de la Albufera, ahora Mar Menor, llenó sus aguas de litigios, estableciéndose la línea divisoria entre la desembocadura de la rambla del Albujón y la torre del Estacio. Pertenecían a Murcia los poblados de San Pedro, San Javier y Los Alcázares

Otro curioso dato que leemos en esta publicación on-line, altamente recomendable, es que uno de los mayores éxitos populares de Salzillo fueron sus Cuatro Santos para el municipio de Cartagena, tallas que sirvieron para que los vecinos se sintieran protegidos de los episodios sísmicos, sequías y amenazas de plagas de langosta en aquel desdichado año de 1755. Ciertamente estas plagas acababan con la producción local de trigo, base de la dieta alimenticia, por ello al puerto de la ciudad llegaban comerciantes italianos y franceses para venderlo a los compradores cartageneros y a muchos otros del resto del Reino. Muchos de aquellos apellidos continúan entre nosotros

Las langostas destructoras de cosechas no eran el único problema. Mediante un documento fechado el 24 de julio de 1725, que transcribe y comenta Muñoz Zielinski, sabemos que una de las obligaciones más duras de los vecinos de un lugar, villa o ciudad era la de procurar alojamiento y alimentación a los soldados, lo que agravaba de manera notable el suministro de la harina. Cartagena estuvo durante el siglo XVIII acosada por impuestos de la Administración Central o por la imposición de levas forzosas y como la mayoría de sus mozos trabajaban en las pesqueras o en las instalaciones portuarias, los reclutas salían de entre los vecinos del campo. 

El Concejo de Cartagena, hoy ayuntamiento, debía traer harina, en gran medida, de los molinos de Aljucer, soportando los abusos de los trajineros que la transportaban y el porcentaje de maquila que debía abonarse a los molineros. Por ello se edificaron molinos en las zonas más aptas para ello como las cercanías del Mar Menor, El Albujón, Torre-Pacheco y el Rincón de San Ginés.

Saludaores y curanderos aplicaban “una farmacopea tradicional que en muchos casos se encontraba en los peligrosos límites de la brujería” y para ello nos ilustra con fragmentos del tratado Tesoro de Medicinas de Gregorio López, vigente hasta bien avanzado el XVIII. Define don Gregorio la enfermedad de frenesís como fiebre de locura, recomendando rapar la cabeza para lavarla con leche o vinagre aguado. Otras pintorescas soluciones a dicha patología que propone en su libro son la ingesta de migas de pan remojado en agua pero comidas en lugar oscuro que no tenga delante pinturas. Añade otras como una vez rapada la cabeza del afectado ponerle encima un pollo, palomino o un pulmón de puerco. 

Bueno, si algún atrevido lector decide acometer tales remedios que nos lo cuente si sobrevive.

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