No sé muy bien la razón del por qué, pero desde siempre me ha
asombrado la arquitectura sacra. Y no me refiero a iglesias o
catedrales, que es lo que más a mano solemos tener. En realidad me da
igual a qué religión pertenezca, pero todos los templos me llaman la
atención. Cierto es que por afinidad cultural, las catedrales, o incluso
las mezquitas, son más fáciles de comprender que otros, y por tanto,
uno se centra más en disfrutarla y menos en investigar e intentar
descifrar un lenguaje que le es totalmente ajeno. Creo que lo que tanto
me atraen de ellos es lo que ocurre dentro. Sin tener en cuenta pequeñas
diferencias entre unos y otros, esencialmente se hace lo mismo, y
teniendo al margen la forma de entender de cada a uno, si cree en Dios,
Alá, Buda, Darth Vader o ninguno de los anteriores, es innegable que la
atmósfera de un templo es diferente. Se respira un aire pesado, casi
tangible, su arquitectura es el resultado de un rito, apoyándolo
incondicionalmente y enriqueciéndolo, haciendo de ese espacio algo
realmente místico.
En este marco se encuentra un edificio asombroso, que transmite
quietud, sosiego y hace que sea realmente difícil apartar la mirada de
él, incluso viéndolo por fotos. Es el templo de Byodo-in, en Kioto. Su
simétrico volumen se erige desde casi mil años entre árboles, al lado de
un pequeño lago, y se conserva tal y como se contruyó. A pesar de su
antigüedad, es un perfecto ejemplo de un estilo arquitectónico depurado.
Ello sería por sí solo un detalle importante, pero, además, llama la
atención que el edificio no está construido en piedra, sino en madera,
un material inflamable que se deteriora con facilidad, y se encuentra en
una zona que ha sufrido terremotos y guerras civiles. El hecho de que
se haya conservado a lo largo del tiempo más o menos como fue
originariamente construido es realmente un pequeño milagro.
La forma del templo procede de China y se
introdujo en Japón, con el budismo, en el siglo VI. Los japoneses como es
de costumbre, adoptaron el modelo básico, pero llevándolo a cotas de
expresión sin igual, con una tradición constructiva que todavía
continúa.
El estilo del edificio difiere marcadamente de la tradición europea
de construcciones de madera, principalmente por la importancia de las
cubiertas, con sus líneas curvas y sus aleros pronunciados. Además de
ser bellos, estos aleros sirven para evitar que la estructura se moje en
un país con un índice de pluviosidad bastante alto. Un análisis
detallado revela una diferencia aún más significativa. La estructura no
depende de un arriostramiento diagonal, base fundamental de la
estabilidad de las construcciones europeas similares. Los elementos que
forman la cubierta se sujetan a los cabeceros de los postes con
complejas juntas capaces de resistir grandes cargas de tracción. Por lo
tanto, el edificio se erige como si fuese una mesa con muchas patas y la
ligera flexibilidad de la estructura ha permitido que soportase
periódicos movimientos sísmicos. La imagen superior muestra un detalle
del templo Kiyomizudera, también en Kioto, que utiliza el mismo sistema
que en el templo de Byodo-in.
En el plano, el edificio consiste en un vestíbulo central, Hoo-do o
vestíbulo Fénix, con galerías elevadas que se proyectan a cada lado con
cortos voladizos hacia el lago. Contemplando el templo, resulta fácil
imaginar un pájaro con las alas desplegadas, y la ligereza de su forma y
la ubicación en la orilla del lago acrecienta esta ilusión. Las dos
aves fénix de la cumbrera central (copias de las originales) también
enfatizan la idea de la muerte y la reencarnación, fundamentales en la
enseñanza budista.
La madera antigua hace que los espacios interiores tengan una
cualidad particular que se desprende de la textura básica de un material
orgánico. Dada la edad del templo, sería mucho esperar que todos los
materiales fueran los originales, sin embargo, el edificio se ha
conservado muy bien y, además de tener la pátina de los años, se encuentra
en buen estado. En la actualidad, el templo de Byodo-in está considerado
Patrimonio de la Humanidad.
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