Un servidor es consciente de que este no es su
territorio, de esta serie de televisión se ha encargado a las mil maravillas la
compañera Natalia Mitov y poco más puedo aportar al estudio de la serie que realizamos
desde aquí, pero mi perspectiva de espectador que (aún) no ha leído los libros
quizás añada algún matiz a la manera de comprender Game of Thrones, a exponer un punto de vista que diferirá del de
Mitov abiertamente en diversos puntos. Necesariamente, yo (como muchos) juzgo
la serie en tanto elemento audiovisual autónomo, no considero insultante que no
siga con la obsesión del purista la más mínima línea de los libros. En tanto
adaptación al medio, resulta necesario comprender que nunca veremos fielmente
lo mismo que leemos porque la literatura (en muchos aspectos) es siempre
superior, en tanto hablamos de lo ilimitado de su presupuesto. En televisión,
la producción varía mucho las cosas y hacer temporadas de libros obliga a
rehacer algunas tramas, a añadir en varias y suprimir en otras con respecto a
la saga originaria, pero esto no debe considerarse como una traición en
absoluto, incluso podemos agradecerlo como elemento corrector en muchos casos.
Por ello, como producto independiente y meramente adaptativo de otro, debemos
juzgarlo desde la perspectiva de serie que no debe rendir cuentas ante nadie
(los fans a ultranza de Harry Potter, Pocoyó y demás no comprenderán esto, soy
consciente pero insisto igual), sino intentar lograr que disfrute el
espectador. En tanto si lo consigue o no, será esta misma serie quien lo consiga
o no, y no los libros en los que se basa. Por tanto, al tratar Game of Thrones como producto
audiovisual de primer nivel debemos analizarlo con esta percepción, si cambian
el nombre a un personaje debemos ser conscientes de que ese es el nombre del
personaje en la serie. Si cambia la muerte de otro, esa es su muerte en la
serie y podemos compararla en tanto elemento contrapuesto con los libros, no
como falta de respeto hacia una saga que no puede aparecer por completo en
televisión. En definitiva, mi intención aquí no es esa, sin insinuar que aquí
uno lleve razón y la otra no, el final de la cuarta temporada supone un momento
apropiado para ponernos al día con lo que hemos visto y a ello vamos después de
lo dicho.
Mi nombre es Oberyn Martell. Tú mataste a mi hermana. Prepárate para
morir
Mírame cómo molo con
la vela, si me vieras toreando con lancitas a la Montaña flipabas ya.
Y si vamos a repasar la serie cómo no comenzar con
la conmoción del año; con la cuarta tanda de episodios los creadores Weiss y
Benioff basados en la serie de libros de Martin han decido incorporar a la
Víbora Roja de Dorne, el príncipe guerrero Oberyn Martell. Guapo, aún joven,
inteligente, con las mejores líneas de guión y un odio sin reservas hacia los odiables
Lannister, fácilmente se hizo con los corazones de los fans como ya consiguiera
Olenna Tyrell en la anterior. En principio llegó para atender la Boda Púrpura
que puso fin al infantil sadismo del niño rey Joffrey y nos dio algo de
gustirrinín a todos, las cosas como son, pero sus verdades intenciones
respondían a hacer pagar a Tywin Lannister, su familia y a su perro loco Sandor
Clegane por el asesinato de su hermana Ellia a manos de este último en el
saqueo de King’s Landing hace
diecisiete años. Seguro de sí mismo, no duda en exponerlo públicamente, ni los
guionistas de la serie en tratar el drama social de su bisexualidad. Y aquí se
ha ido la mayor parte del tiempo del sureño, en el burdel (junto con una
interesante conversación con Tywin en el tercer episodio). De tal manera que,
cuando por fin puede encarar a su némesis The Mountain en un duelo épico, poco
hemos podido aprovechar de él realmente, apenas media hora total de metraje. Un
personaje al que no ha sabido darse tanto juego como debiera, de tal manera que
siempre nos quedará a los espectadores el descorazonamiento de lo que hubiera
hecho Oberyn de haberle dejado. Y a Indira Varma. En fin, siempre nos quedará
Dorne.
La decadencia de la Casa Lannister
And mine are long and sharp my lord, as long and sharp
as yours.
El auténtico tema de los últimos 10 episodios, el
apropiado subtítulo para los mismos. El principio de temporada comenzó en unas
situaciones muy otras, con Stannis derrotado en Blackwater y Robb Stark caído
en la Boda Roja, la Casa Lannister, la de
facto ocupante del Trono de Hierro, la riquísima, rubísima y chulísima (en
tanto pagada de sí misma) cual socio del Madrid después de la Décima, se las
prometía felices con Tywin fundiendo la espada Stark al ritmo de The rains of Castamere, reflejo de su
absoluto triunfo sobre toda Casa contra la que se enfrentó. Y una escena a
nivel técnico acojonante, término de analista contrastado. Sin rivales a la
vista, dos espadas de acero valyrio y su insistente alianza con los Tyrell
continuando viento en popa, ¿qué podría ocurrir? Todo esto transmitido sin
texto alguno, fundir espadas ajenas y quemar pieles de lobo era suficiente
contexto y acertadamente lo trataron como tal. La Boda Púrpura, Oberyn Martell,
Tyrion Lannister diréis, en efecto. Mal avanzaron los de Casterly Rock la
temporada con la muerte de Joffrey en su propia boda como compensación del karma
cósmico a la Roja (Boda, la selección ya tiene bastante con lo suyo) si bien
bastante menos sorprendente, apenas conmovedora más allá de ver sufrir al
puñetero niño, a Cersei viendo a su querido hijo morir (es su amor hacia sus
vástagos lo que en cierta manera la ha redimido un tanto a lo largo de estas
temporadas; como demostración de que no es sólo esa reina fría, manipuladora,
egoísta y más estúpida de lo que cree en una Corte muy endiablada, y además le
vimos el escote con el otro agonizando mientras sangraba por los ojos, qué más
se podía pedir) y culpando a Tyrion por ello. El pobre enano en el momento
inapropiado en un lugar inapropiado, y ya van muchas. Su hermana podría
vengarse ahora de él, castigarle como nunca pudo bajo el pretexto de la base de
su odio contra el pequeño de la familia: que matara a su madre en el parto.
Aquí uno no traga tan fácilmente, que desprecie a su hermano (y Tywin también)
por el mero hecho de nacer es de un simplismo enervante, propio de niños
pequeños, además de un asunto que no han explicado ni explorado lo suficiente hasta
ahora y ya dudo que hagan. Alguna referencia a la relación de Cersei con su
madre hubiera ayudado, pero ni eso. Con parte de la familia acusando a la otra
de regicidio, otra de voto condenatorio en el juicio y sólo uno preocupado por
hacer el bien en todo esto (en Juego de Tronos mueren los personajes buenos al
mismo tiempo que reciclamos a los malos. El año pasado perdimos a los Tully y
los mayores de los Stark, pero recuperamos a
Jaime Lannister y Theon Greyjoy a la causa del Bien) y en conseguir que no muera su hermano por tamaña estupidez.
Y es que esta trama nos ha deparado varios de los mejores momentos de esta
temporada: Tyrion en sus momentos más bajos contra una familia que siempre le
ha maltratado y escupido a la cara, Cersei dispuesta a hacer lo que sea con tal
de verle muerto, como manipular todos los testimonios en el juicio del episodio
6, hasta el punto de hacer traer a Shae, la puta que conquistó el corazón del
enano, para declarar contra él. Su soledad extrema, su dolorosa traición y la
ausencia total de justicia rodeado del abucheador pueblo al que salvó la vida
conducen finalmente a Tyrion Lannister, hijo de Tywin, a un monólogo que
rezumaba desprecio e ira contra todos (“I
wish I was the monster you think I am”) donde se creció por momentos sin
perder su lucidez ni condenarse por lo que no hizo. De paso sirvió de trampolín
a Dinklage hacia el Emmy que merece y sólo Aaron Paul tendría la posibilidad de
arrebatarle. Bien dice que en esa pantomima de juicio no encontrará justicia y
demanda un juicio por combate otra vez en uno de los puntos álgidos de esta
temporada. El resultado, por desgracia, fue bastante predecible: Cersei nombró
como campeón a la inhumana Montaña, siempre fiel a su familia, y Oberyn exigió
ser el de Tyrion en una acertadísima visita a su celda con tal de verse las
caras contra el asesino de su hermana. De por medio tuvimos brillantes
conversaciones de Jaime con Bronn entrenando, de Jaime con Tyrion en la celda,
especialmente estas de gran interés y más la anterior al enfrentamiento, sobre
escarabajos. Más que una conversación intrascendente nos muestra la
incomprensión de Tyrion hacia la violencia que es capaz de ejercer el hombre,
él que llega a pasarse de bueno. Nos permitió conocer la naturaleza de dos
hermanos que se quieren en medio del sórdido mundo de frialdad y traiciones en
el que viven, que se preocupan el uno por el otro. Es aquí donde contemplamos
los mejores momentos de la cuarta temporada, en mi opinión. Sin embargo, el
Martell no logra vencer contra la bestialidad de Clegane y muere de una manera
horrible por la estupidez del honor, la venganza y la sangre caliente: Tyrion
debe morir. Pero, lo dicho, su hermano no permitiría que le mataran por un
asesinato que claramente no cometió y, en un predecible Deux ex machina, Jaime le
libera de prisión y le indica que Varys le espera para enviarle a las Free
Cities, un exilio más cómodo que el contemplado de la Night’s Watch. Tras una
bonita despedida se marcha, pero Tyrion, antes de hacer lo que dice decide
arreglar cuentas. Con el hombre que le ha torturado toda su vida, despreciado y
atacado, al que ha acusado de matar a su madre en el acto de nacer, y decide
acudir a los aposentos de su padre. Allí no lo encuentra, sino a una mujer en
la cama que resulta ser Shae. La mujer a la que tanto amó era simplemente una
puta y aquí este término está cargado de sentido y los espectadores contuvimos
el aliento ya hasta que terminó el episodio un cuarto de hora más tarde. Él la
amó perdidamente y sólo utilizaron esa palabra en situaciones conflictivas
entre ellos, de despecho y discusión, representante de todo lo que se
interponía entre ellos para lograr tener un futuro juntos: sus diferente
familias y culturas, la indisposición de todo el mundo a ver al tío de los
reyes Joffrey y Tommen y anterior Hand of the King con una prostituta y,
ulteriormente, el hecho de que ella lo fuera de verdad. Verla en la cama de su
padre no hizo sino reparar en que no había esperanza, quizás tenía algo pese a
terminar el juicio, pero esta inesperada traición le sacude profundamente y, en
un forcejeo, la asesina ahogándola. Llorando, ve la vieja ballesta de Joffrey y
decide darle un último uso; ya ha matado, pese a no pretenderlo, a la mujer que
más quiere, ¿cómo no lo va a hacer con el hombre que más le odia? La carga y
marcha hacia los servicios donde los encuentra. Tywin Lannister, quien no
respeta a su hijo ni cuando está en el excusado y le apunta con una ballesta de
repelente niño Vicente, muere cagando tras el mayor intercambio verbal de la
temporada y seguramente de toda la serie. Sólo entonces Tyrion se siente
capacitado para partir a tierras ignotas. Varys, en último momento, decide
partir con él, cansado de las mezquinas intrigas de King’s Landing. O eso
parecía, que lo mismo anda tramando algo como digno rival de Littlefinger que
es. El enano, ojito derecho de todos nosotros y única razón por la que muchos
desean una supervivencia parcial de su familia, catalogable como de los buenos, ha matado a su cruel y
duro padre, eso es comprensible porque en Game
of Thrones hay sitio para Shakespeare y Dostoievsky entre tanto dragón y
tanta polla. Pero asesinar a la mujer que le ha acompañado este tiempo le
coloca en una situación difícil. Sabe que no puede seguir siendo de los buenos
cuando se ha convertido en un asesino a sangre fría, él lo sabe y por eso
murmura “Lo siento” tras reparar en que, por más que siguiera apretando el
colgante que Shae llevaba al cuello, ella ya no se mueve. Su destino ahora es
ignoto, al igual que el de Varys o Jorah Mormont, por ejemplo.
En el próximo post seguiré desgranando mis impresiones sobre la última temporada de la serie, tratando todas las tramas y poniendo especial interés en Arya y Sandor, así como una opinión personal. Nos despedimos hasta entonces.
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