Por Laura Cristaldi
En El umbral de la eternidad,
tercera y última entrega de la trilogía The
Century, el muro de Berlín representa el símbolo de la guerra fría, periodo
en el cual se desarrollan las vidas de los protagonistas de la última novela
del escritor galés.
Hace 25 años (el 9 de noviembre
1989) caía el muro de Berlín, último símbolo del comunismo en Europa y de
separación entre dos mundos, dos mentalidades y realidades distintas.
Hoy hablamos de Europa Unida, de
euros y de la gran Alemania, parte la “eternidad” que nos espera según Ken
Follet. El autor británico nos ha guiado a lo largo de la historia del siglo XX
a través de las vicisitudes de cinco familias procedentes de varios lugares del
mundo, cuyas vidas han ido entrelazándose y, gracias a los ojos de sus miembros,
hemos podido presenciar los hechos más importante de nuestra historia reciente.
Y a 25 años de la caída del muro
de Berlín podemos vivir la historia de este símbolo de separación entre dos
mundos que es el protagonista esencial, el hilo conductor de El umbral de la eternidad, la tercera
entrega de la trilogía.
La primera y la última parte de
la novela (excluyendo el epílogo final) de hecho tienen el mismo subtítulo, una
palabra sencilla y pesada a la vez: “muro”; y en las más de mil páginas podemos
leer lo que ocurre a lo largo del mundo desde la construcción del muro de
Berlín (13 agosto 1961) hasta su caída (9 noviembre 1989).
El muro que separó en dos la
capital alemana no cambió la vida solo de los que estaban allí, si no que las
tensiones creadas por la guerra fría protagonizaron la política de todo el globo.
Gracias a Ken Follet y a los ojos
de sus “actores” podemos vivir en nuestra piel lo que esto ha significado. Por
supuesto tenemos el testimonio directo de la familia Franck. Conocimos a Carla
y a Werner en El invierno del mundo;
en la nueva entrega serán sus hijos, Rebecca y Walli, los encargados de
llevarnos dentro de la historia.
A 16 años de la fin de la Segunda
Guerra Mundial el gobierno de la Alemania Oriental, para impedir el continuo
éxodo de gente hacia el “Occidente libre” a través de la frontera, formalmente
cerrada desde 1952, levantó la famosa barrera de la noche a la mañana (la noche
entre el 12 y el 13 agosto 1961), gracias a un plan que se había mantenido
secreto y con la ayuda de tropas soviéticas y definiéndolo como “muro de protección antifascista”.
Podemos darnos cuenta de la tempestividad de la edificación de la pared a
través de los ojos de Rebecca Hoffmann, que se encuentra con la inquebrantable
frontera delante justamente cuando había decidido huir a Occidente junto con
Bernd Held, el profesor con el cual compartía su vida tras el fracaso de su
matrimonio con Hans, resultado ser una espía del gobierno socialista. En la
huida de los dos, que logran saltar al otro lado, somos espectadores del drama de
Bernd, que, para escapar a los disparos de la siempre más aguerrida policía de
frontera, cae de mala manera al otro lado sufriendo graves lesiones. Libre, pero en
una silla de ruedas.
La huida de Walli, el hermano
menor, es también dramática y aparatosa: roba una furgoneta y, a todo gas,
abate las dos barras que bloquean el paso de los vehículos de un lado al otro
de la ciudad; arrollando y quitando la vida a un joven policía de frontera que
le estaba disparando para bloquear su intento de escaparse. Walli volverá a
Berlín, esta vez en búsqueda de su amada Karolin, quien decide no seguirle al estar embarazada. Los dos jóvenes enamorados esperan tener ocasión de reunirse
pronto, pero la historia no ha querido que fuera así.
En los 28 años durante los cuales
el muro ha simbolizado la separación entre dos mundos, Ken Follet nos conduce
magistralmente a través de los hechos más importantes que han caracterizado
este periodo histórico. Y así vamos a Estados Unidos, donde George Jackes, el
joven abogado negro, hijo ilegítimo de Greg Peshkov (hijo de Lev, uno de los
protagonistas de La caída de los gigantes,
emigrado desde la Rusia zarista) es ayudante de Bob Kennedy y su amiga Maria
Sammers, ella también de color, trabaja en la Casa Blanca y se convierte en
amante del presidente J.F. Kennedy. Gracias a los dos podemos tener una idea de
lo que ha sido la lucha contra el apartheid
en América, sobre todo en los estados del Sur, donde encontramos también a
Martin Luther King y podemos leer, casi “escuchar”, su mítico discurso Yes, we
can. Vivimos el asesinado del presidente Kennedy a través de los ojos
desconcertados del mundo entero y los desesperados de quien pierde a la persona
amada.
Gracias a los descendientes de la
parte de la familia Peshkov que se ha quedado en la Unión Soviética, podemos
introducirnos en el mismo Kremlin, donde “Dimka” Dvorkorin trabaja como
ayudante de Nikita Kruschev antes
y de Leonid Brézhnev después; su hermana gemela Tanja es periodista para la famosa
agencia Tass y nos lleva a Cuba en plena crisis y luego en el mundo de la
disidencia, donde toda persona que osaba expresar opiniones contrarias al
régimen acababa deportado en Siberia.
Al escritor galés es maestro en alternar temas de importancia histórica
mundial con otros eventos, la cultura y los ideales de la época, siempre a
través de las hazañas de los miembros de las familias que protagonizan a su
trilogía. Encontramos por ejemplo que Walli Franck, tras escapar de Berlín
Este, se convierte en una estrella del pop junto con Dave Williams,
descendiente de la familia Leckwith-Williams (hijo de Lloyd, nieto de Ethel y
del Conde Fitzherbert); su grupo está en la cresta de la ola en el ’68, cuando
el desenfreno y el uso de drogas se convierten en costumbres comunes entre los
jóvenes.
Hay espacio también para la guerra del Vietnam, el escándalo Watergate,
y luego la subida al poder de Ronald Reagan, George W. Bush y Mijaíl
Gorbachov y las primeras reacciones e intentos de cambiamiento por parte de Lech Walęsa y su Solidarność.
Las intrigas se concluyen en
Berlín, en 1989; Walli se encuentra en Berlín Oeste para un concierto y puede
finalmente conocer a su hija Alice, que del padre solo había escuchado su voz a
través de sus famosas canciones. Mientras tanto Dimka asiste al discurso en el
cual Gorbachov niega la ayuda soviética al gobierno de la
Alemania Oriental, que ya no puede hacer nada para contener en malcontento de
su gente.
El recién nombrado líder Egon
Krenz hizo pública su voluntad de levantar las restricciones a viajar fuera del
país para el pueblo que, nada más oír las declaraciones de su portavoz en la rueda
de prensa emitida en televisión, salió a las calles dirigiéndose hacia el
muro; era la noche del 9 de noviembre 1989, cuando las fronteras fueron
finalmente abiertas.
Entre la incredulidad y la
confusión de la gente, Lili (hermana de Walli y Rebecca), sus padres y Karolin
se dirigen hacia el lado oeste de la ciudad, que les había sido prohibido por
28 años, mirándose alrededor como perdidos y excitados a la vez, mientras
Rebecca y Walli, que se encontraban al otro lado, reconocen a sus familiares
que no veían desde su huida y la novela se concluye con un estremecedor
reencuentro familiar. “Aquí estamos” – dice Carla Franck – “Otra vez todos
juntos, por fin, después de todo lo que ha pasado”.
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